Pegaso era el caballo más lindo y mejor cuidado del criadero La esperanza, tenía a su disposición tres palafreneros que cuidaban de él las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Su entrenamiento consistía en: salto, dos largas horas por la mañana; adiestramiento, otras dos en la tarde, y por la noche (no muy tarde) salía a pasear por los terrenos del criadero.
Su vida era todo lo que cualquiera desearía, pero casi llegaba a los cuatro años y nadie se había decidido a comprarlo. No era algo que le preocupara, pero sí sentía una enorme envidia al ver cómo siempre llegaban potenciales compradores y se iban del criadero con otro caballo menos imponente que él. ¿Qué era lo que los otros caballos tenían que los hiciera más atractivos ante los compradores? Esa era una pregunta que tenía siempre en la cabeza y estaba resuelto a responderla.
Un día se levantó y decidió investigar por qué nadie había, ni si quiera, querido mirarlo para comprarlo; logró descubrirlo tras dos largos meses de búsqueda. Sucedió un martes en la tarde mientras le cepillaban la crin, escuchó a unos palafreneros hablando sobre un gran caballo que no podía venderse porque este significaba un valioso elemento en la familia. Resulta que había nacido el mismo día que la hija del dueño de La esperanza, prácticamente habían hecho las mismas cosas al tiempo. Si, suena un poco raro decir que estos dos seres de razas diferentes pudieran lograr hacer todos los primeros pasos de un recién nacido al mismo tiempo, pero parece que un lazo más allá de lo normal los unía y por eso no podían separarse. Pegaso no recordaba nada de lo sucedido, por lo que alcanzó a pensar que se trataba de otro caballo; sin embargo, a la media noche, en medio de un extraño sueño, pudo recordar a una pequeña niña de cabellos rubios y ondulados con quien correteaba por los altos pastizales que rodeaban el criadero.

A la mañana siguiente no pudo dejar de pensar en aquella niña y recordó que no la había vuelto a ver. Volvió a su mente una de sus memorias de tiempos pasados, un día de tantos como esos en los que paseaba junto a la pequeña , en el camino de regreso, pasó derecho hacia su establo pues estaba muy cansado. La niña había ido tras él y se había quedado dormida a su lado. Nadie sabía el paradero de la pequeña, hasta que la encontraron junto a Pegaso, durmiendo como un angelito. De ahí en adelante, ambos durmieron juntos, por lo menos hasta que la niña quedara profunda porque o sino era un completo lío llevarla a la cama.
Aún no quedaba resuelto el dilema de la desaparición de la pequeña, no era lo suficientemente pequeña como para depender completamente de sus padres, pero tampoco era tan grande como para volverse una mujer independiente. Trataba de recordar, casi a diario, qué era lo que había sucedido y no podía dar con la respuesta, nadie había vuelto a hablar del caballo o de la niña. Sabía que no podía ser algo bueno si de las bocas de la gente no salía una sola palabra sobre el tema. Tardó otros tres años sin saber nada, pensando cada día en lo que podía ser.
Mientras tanto, del otro lado del charco, se sentaba una bruja con su hija. Ya había cumplido sus trece años y era tiempo de enseñarle a preparar las mejores pociones que sabía. Era una joven muy hábil y aprendió con gran facilidad lo que a muchos les había costado casi un cuarto de vida. Solo debía pasar un examen que consistía en transformar la vida de un ser vivo tras darle la poción y darle muerte al instante. Eso era algo que ella no se atrevía a hacer, era una bruja pero eso no la convertía en asesina; el problema era que si no lo hacía el malvado ogro podría acabar con su vida y la de su madre porque esta última estaba perdiendo su fuerza y los conjuros que hacía solo podían retener al monstruo por un corto tiempo.
Tenía que encontrar a ese ser vivo, pero solo contaba con dos días para hacerlo, así que se apresuró y dejó que los rumores de la naturaleza le ayudaran. Escuchó a Pegaso pidiendo tratar de recordar qué había sucedido con la niña, pero también oyó a su corazón latir lentamente porque los años comenzaban a asentarse sobre él. Decidió visitarlo y proponerle ayudarlo a responder sus preguntas, con la condición de que le dejase cumplir con los requerimientos del examen para convertirse en una verdadera bruja.
No le sorprendió que el caballo aceptara y le explicó cómo iba a funcionar todo. Él debía tomar la poción preparada, pedirle que respondiera la pregunta y morir. Sonaba sencillo, pero no había vuelta atrás.
Cuando bebió la poción, sintió un calor que invadía todo su cuerpo y luego, todo quedó en silencio. La joven bruja había completado su examen y ahora podía atacar al ogro, matarlo si era necesario porque ya estaba cansada de huir.
Siendo un poco mayor, la bruja descubrió que era imposible matar al ogro porque este no solo era su padre, sino que también era el encargado de todo el mundo mágico y sin él, todo sería caótico (raro que lo fuera, si los ogros no son precisamente los más ordenados). Pero en fin, decidió que era tiempo de ponerle fin a todo el sufrimiento de ser perseguida por ese monstruo, y fue así como murió en las afueras de La esperanza, sin que los trabajadores o los habitantes de ese lugar supieran de su existencia y de lo que en realidad había sucedido con Pegaso.
En cuando al animal, sabemos que murió. Pero su cabeza y corazón quedaron tranquilos al saber la verdad. La niña había muerto hacía unos años debido a que su comida había sido envenenada por una sucia rata. Pegaso no recordaba lo sucedido porque en esa época se había enfermado del estómago y le había tocado reposar por un mes completo. No recordaba a la niña porque para él ella era un simple sueño que aparecía cuando él la invocaba, además hacía mucho tiempo que ella lo había dejado de visitar porque era su deber concentrarse en sus estudios y él había empezado su entrenamiento, lo que lo dejaba con poco tiempo para pensar en la pequeña de cabellos rubios y ondulados.
Para el resto de personas en La esperanza el caballo había muerto por envenenamiento, una sucia rata había estado comiendo y viviendo donde se almacenaba el alimento del caballo. Nadie la había notado porque era muy ágil, pero como ya había causado dos muertes, decidieron fumigar el lugar. Fue así como murió la sucia rata.